Eduardo Chillida (Donostia-San Sebastián, 1924-2002), uno de los principales artistas españoles e internacionales de la segunda mitad del siglo XX, abordó desde el arte su investigación en torno a aspectos tradicionalmente asociados a la metafísica: materia, espacio y tiempo. En esta búsqueda de lo desconocido juega un papel destacado su concepción de lo espiritual y lo místico, en relación con el modo de expresar lo inexpresable. Esta exposición, que se enmarca dentro de la conmemoración del centenario del nacimiento del artista impulsada por la Fundación Eduardo Chillida-Pilar Belzunce, ahonda en aspectos fundamentales de la obra y pensamiento del escultor vasco: la ontología de la materia, el espacio interior, la levitación o la poesía mística son algunos de ellos.
Las obras del donostiarra dialogan con una selección de piezas del Museo Nacional de Escultura en la que figuran autores como Juan de Juni, Gregorio Fernández, Pedro de Mena o Luis Meléndez. Las composiciones helicoidales y tensionadas de Juni evocan los gestos danzarines de las primeras esculturas en hierro de Chillida. Pero esta unión también se refleja en el vacío, entre doloroso y místico, que padecen las figuras religiosas del barroco español. La experiencia levitante de Teresa de Jesús es revivida en las piezas de Chillida que, cuestionando las leyes de la física, sugieren un éxtasis ascensional. Sus homenajes a Juan de la Cruz recuerdan a los dibujos del poeta sobre el Monte de perfección. Y sus lurras –‘tierras’–, que ofrecen al artista una dimensión espiritual cálida y cercana funcionan cual bodegones contemporáneos, en una suerte de vanitas que incide en el carácter más tangible y orgánico de la existencia. Pero esto no es todo: la exposición se completa con la instalación de tres piezas de acero y granito de Chillida en los patios y el jardín del Colegio de San Gregorio.
La naturaleza y el paisaje reaparecen como elementos centrales de su obra, no tanto como representaciones externas, sino como proyecciones del alma. En sus composiciones, el paisaje deja de ser un fondo para convertirse en un “paraje del alma”, un territorio simbólico donde se libra el combate entre lo exterior y lo interior, entre el mundo y el espíritu. Es en este proceso donde el acto de mirar se transforma en un “placer de mirar”: una experiencia contemplativa que aspira a elevar el alma.
Fuente: https://www.cultura.gob.es/mnescultura/exposiciones/ahora/chillida.html
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